Japón es un país fascinante, uno de esos lugares que resulta difícil de entender desde una perspectiva occidental. Quizás esto se deba a que durante nuestra educación hemos dejado de lado la cultura asiática o simplemente a que tienen particularidades históricas y culturales que son complejas de asimilar.
Una certeza es que los japoneses están profundamente comprometidos con el consumo de productos locales. Esto se debe a que la sociedad japonesa es intensamente nacionalista, quizás influenciada por estar rodeada de otros países donde este sentimiento también está profundamente arraigado, como China o las Coreas, lo que ha generado continuas tensiones en la región.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos financió la recuperación de Japón con el claro objetivo de actuar como un freno geopolítico al comunismo que amenazaba desde China y Corea. Un movimiento que podría haber diluido el sentimiento nacionalista japonés.
Gradualmente, el país fue creciendo y en los años 70 logró diversificar su industria, implementando al mismo tiempo innovaciones técnicas que lo posicionaron a la vanguardia mundial en numerosos sectores. Aprovechando la debilidad del yen frente al dólar, Japón decidió enfocarse en exportar la mayor cantidad posible de sus productos.
Estas exportaciones inundaron la economía mundial de productos, y uno de los más representativos fueron los automóviles. En sus innovaciones técnicas, Japón priorizó la eficiencia de sus motores, lo cual fue crucial para captar el mercado durante la crisis del petróleo. Comparados con los coches americanos y europeos, los japoneses eran más baratos y eficientes.
Fue en ese momento cuando la industria automotriz se disparó por completo y Japón tomó una decisión clave: eliminó los aranceles a los coches extranjeros.
Pasen y vean
Algo similar debieron pensar los políticos japoneses en 1978. Con el objetivo de ser más competitivos en los mercados extranjeros, el país eliminó todos los aranceles para quienes deseaban importar un coche a su territorio. Es decir, cualquier marca extranjera podría vender sus coches en Japón sin pagar un centavo extra.
En Japón no había temor acerca de lo que podría suceder. Su industria era tan fuerte y los factores culturales tan significativos que los vehículos extranjeros no lograron asentarse en el mercado.
Como prueba, en 2016 la Unión Europea eliminó el arancel del 10% que imponía a los coches japoneses. También se eliminaba el 3% que los fabricantes japoneses pagaban por producir en Europa utilizando partes japonesas. A cambio, la Unión Europea encontró la puerta abierta para vender otros productos, como queso o vino.
Por entonces, la Unión Europea había comprado a Japón 575.000 automóviles por un valor de 9.000 millones de euros, mientras que apenas había vendido 279.000 vehículos por un valor de 7.300 millones de euros, según recogía El Mundo. De aquí se pueden extraer dos conclusiones.
La Unión Europea, experta en la exportación de coches, apenas había vendido en Japón 279.000 coches en un mercado donde se vendieron casi cinco millones de vehículos en 2016. De las 12 marcas más vendidas ese año en el país, solo una (Mercedes en la décima posición) era extranjera. Y ninguno de los 30 coches más vendidos en el país era extranjero.
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